Pegasus fue usado durante los sexenios de EPN y AMLO

09.07.2025 14:09

No debemos olvidar que supuestamente, el software Pegasus llegó a México envuelto en la promesa de ser un arma infalible contra el crimen organizado. Lo vendieron como la llave para descifrar redes del narco, rastrear sicarios y proteger a la ciudadanía. Pero detrás del contrato millonario que firmó el gobierno de Enrique Peña Nieto con la empresa israelí NSO Group, hoy se asoma una trama mucho más oscura: sobornos para autorizar la compra y espionaje masivo que puso bajo la lupa a periodistas incómodos, activistas, opositores y hasta miembros del mismo partido en el poder.


No bastaba con el descrédito histórico de las instituciones mexicanas: Pegasus se convirtió en el recordatorio brutal de que aquí el poder se blinda a golpes de vigilancia ilegal. Bajo Peña Nieto, el espionaje floreció como herramienta para silenciar voces críticas y negociar pactos de impunidad. Lo grave es que la herencia tóxica no terminó ahí: Tras la llegara de Andrés Manuel López Obrador declaró “Nosotros no vamos a espiar a nadie como lo hacían antes”. ¿Qué pasó en la realidad?, el malware siguió activo todo su sexenio, operando bajo la misma narrativa de seguridad, pero apuntando otra vez contra quienes se atreven a incomodar.


El escándalo revienta la endeble confianza que aún sostenía la relación entre ciudadanos y gobierno. La revelación de que Pegasus se usó en ambos sexenios para espiar a defensores de derechos humanos, periodistas, empresarios y hasta aliados políticos, exhibe la normalización de un Estado que desprecia la rendición de cuentas y que confunde seguridad nacional con control absoluto. Hoy, cada mensaje intervenido, cada micrófono encendido, nos recuerda que los enemigos a veces no están en solo en la delincuencia organizada, sino en Palacio.


Si Pegasus se justifica como herramienta anticrimen, ¿por qué su principal blanco fueron periodistas y opositores? Cada nuevo dato sobre estos contratos manchados de corrupción profundiza la desconfianza de un país que, harto de promesas traicionadas, ahora sabe que cualquiera puede ser vigilado. Y que el verdadero crimen organizado puede estar sentado detrás de un escritorio oficial.