La gran simulación contra la corrupción de Galindo
Hace poco más de un mes, el alcalde de San Luis Potosí Enrique Galindo Ceballos admitió públicamente graves irregularidades en la Dirección de Protección Civil Municipal. Dijo que había investigaciones en curso. El fin de semana pasado, después de meses de silencio, finalmente destituyeron al director Adrián Cortázar Ruíz y a siete funcionarios más por corrupción y nepotismo.
Pero aquí está el detalle: la organización Ciudadanos Observando ya había documentado y denunciado estos mismos actos desde febrero. ¿Por qué el alcalde tardó ocho meses en reaccionar? ¿Qué clase de administración necesita más de ocho meses para actuar ante pruebas claras? La respuesta, o la falta de ella, revela algo preocupante: una administración lenta, tolerante o, peor aún, cómplice.
Y no es un caso aislado. En otras áreas del gobierno municipal, como Comercio, Obras Públicas, Desarrollo Urbano, Parquímetros y Oficialía Mayor, la historia se repite. Las irregularidades brotan una tras otra, pero las acciones correctivas solo llegan cuando hay presión mediática o protestas públicas. Este gobierno parece más interesado en apagar incendios mediáticos que en prevenirlos.
El caso del antro Rich lo deja claro: murieron jóvenes en un lugar que operaba con graves deficiencias bajo la mirada permisiva de la Dirección de Comercio. ¿Qué hizo el municipio? Sanciones mínimas a funcionarios de alto nivel, castigos simbólicos que insultan la memoria de las víctimas y a sus familias. ¿Ese es el mensaje? Que, si eres parte del círculo cercano, la corrupción no duele, no se castiga, se encubre.
Entonces, ¿a qué jugamos? ¿A realmente combatir la corrupción o a simular? ¿Estamos ante un alcalde que actúa tarde por incapacidad, por omisión o porque prefiere cuidar a los suyos, aunque sean parte del problema?
Lo que debería ser un gobierno de resultados y transparencia, hoy muestra señales claras de descomposición. En la administración de Enrique Galindo, la imagen importa más que la justicia, el discurso más que las decisiones, y el silencio más que la rendición de cuentas.
Y lo más grave: los que más lo dañan no están fuera, están adentro. Son sus funcionarios protegidos, sus allegados, los que día a día desgastan lo poco que queda de credibilidad en su gestión.