Gabino Morales ya no tuvo fiesta
Gabino ya no tuvo fiesta
Hubo un tiempo en que Gabino Morales Mendoza, tras ganar las elecciones Andrés Manuel López Obrador, se imaginó todo poderoso, amado y respetado por toda la clase política de San Luis Potosí que antes lo ninguneaba y lo veia del hombro para abajo despectivamente.
Esta élite política se puso nerviosa y pensó que aquel joven súper delegado de la 4T en San Luis Potosí, tendría un poder enorme. Fue entonces que en contra de su voluntad tuvieron que irle a rendir pleitesía y “cuadrarse” con él cómo popularmente se dice.
La cúspide de su gloria llegó en 2019, cuando celebró su cumpleaños con un fiestón de antología: barra libre, políticos hipócritas de todos los colores, empresarios sonrientes y hasta un pastel con un ganso. Fue el “GabinoFest”, la fiesta que lo coronó como el nuevo niño mimado de la política potosina. Y como toda buena fiesta, quedó retratada en fotos y videos. Esa tarde vivió como un virrey que se movía entre priistas, panistas y morenistas con la seguridad de quien cree que la silla que ocupa es para siempre.
Tenía línea directa con AMLO, pero no se crearon como tal esos superdelegados concentrando todo el poder. A Gabino lo pusieron a manejar los programas sociales y la cúpula política se fue alejando, al final no serían tan poderoso como lo habían pensado.
Con el paso de los días la música se empezó a apagar. Llegaron las denuncias por acoso, las sanciones partidistas por violencia política de género, las investigaciones por nepotismo y proselitismo. La prensa dejó de hablar del joven operador de AMLO para hablar del servidor público que cada vez se comportaba más como aquellos políticos que les encantaban los lujos y que tanto criticó. Fue coleccionando quejas como si fueran estampitas y el brillo empezó a opacarse.
Morena, que en su momento lo protegió, un día le cerró la pista de baile: perdió la candidatura al Senado frente a Rita Ozalia Rodríguez, y su “ganamos la encuesta” quedó flotando en el aire como un DJ que sube el volumen, pero ya nadie baila. El mensaje fue claro: la fiesta grande se acabó.
Hoy, Gabino sobrevive como diputado plurinominal —esos asientos que parecen más un refugio que un premio—, con fuero, sueldo y micrófono, pero sin la euforia de los días en que hasta sus críticos le llevaban regalo. Aquella clase política que lo aplaudía ya no le organiza caravanas. Y, si hay pastel, será pequeño, rodeado de unos pocos amigos que aún le guardan afecto… o al menos el compromiso de no parecer gachos.
La moraleja es sencilla y amarga: en política, las fiestas cuestan, y no siempre en dinero. Cuestan credibilidad, alianzas y futuro. Y cuando la música deja de sonar, no importa cuán fuerte grites que la fiesta sigue… si la pista ya está vacía.