Cumplí mi palabra, monólogo imaginario de Juan Manuel Carreras

15.08.2025 12:34

Monólogo imaginario de Juan Manuel Carreras

Hoy, a la distancia, disfrutando en mi mansión de Miami y con la impunidad garantizada, recuerdo todo lo que tuve que hacer para ganar las elecciones de 2015. Cargué con el descrédito de mi antecesor, Fernando Toranzo, y siempre fui consciente de que yo tampoco era un gran carismático.

La campaña para la gubernatura avanzaba y Sonia Mendoza venía pisándome los talones. Cada encuesta que llegaba era un susto más. El PRI no estaba en su mejor momento, y yo lo sabía.

Me repetía: “Tranquilo, Juanma, tranquilo… todavía hay jugadas por hacer”. Fue entonces cuando la idea se coló como un rayo: ¿y si volteamos a ver a los Gallardo? Sí, esos mismos que el PRI veía como un virus, pero que en Soledad y en ciertas colonias de la capital parecían todopoderosos. Fue entonces cuando mi amigo Miguel Ángel Osorio Chong, que era el mero mero en la Secretaría de Gobernación, me dijo: “Mi güero, tenemos un as bajo la manga. Podemos intercambiar la libertad de Gallardo chico por los votos que necesitas allá en Potosilandia”.

Ni tardo ni perezoso, busqué a Ricardo papá para proponerle el trato. Recuerdo la charla y su respuesta: breve, directa, sin poesía:
—¿Cuántos quieres y para cuándo?

Ese día aprendí que en política no hay enemigos, solo aliados con tarifa. Igualmente, yo fui muy concreto en mi compromiso:
—Ayúdame a ganar y la que sigue es para ustedes, te doy mi palabra.

Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y una leve palmada en la espalda. “Don Ricardo” me dijo:
—Estamos entrados, güero.

Cerrado el pacto, se acercó el día crucial. Nunca olvidaré aquel 7 de junio de 2015. El reloj marcaba las 9:43 de la noche y yo ya sentía que me sudaban hasta las pestañas. Las pantallas no mentían: Sonia Mendoza del PAN venía muy cerca, y cada acta que llegaba era otro susto. Pero cuando el PREP empezó a moverse a mi favor, recordé el pacto con la gallardía y sentí ese subidón que solo da ganar una elección… o salir bien librado de un retén de tránsito.

Ganamos. 35.65% contra el 32% de Sonia. Un margen de apenas 24 mil votos. Lo justo para sentirme un genio y pensar que había jugado ajedrez en un tablero de damas. Me dije: “Esto es estrategia pura”.

Pero los favores no se evaporan. Se acumulan. Y durante mi gobierno, día a día, me dediqué a hacer hasta lo imposible por cumplir mi compromiso. Calladito y por estrategia, siempre mantuve una actitud pusilánime. Hice creer que las grandes fortunas las hicieron otros de mi gabinete. Abandoné al estado a su suerte y me enfoqué en pavimentar el camino para, en el futuro, agradecerle al gallardismo sus 25 mil votos.

Al terminar el sexenio, me aventé otra jugada maestra: convencí a Mario Delgado de que postulara a la funcionaria más devaluada de mi administración —Mónica Rangel— como candidata de Morena a la gubernatura. Al mismo tiempo, junté al PRIAN para lanzar al inocente de Octavio Pedroza. ¿A poco no soy un genio?

No quiero sonar petulante: no todo lo hice yo. Tengo claro que la gallardía creció, se expandió y se coló por cada rendija del poder. Papá Gallardo, aunque no pudo reelegirse en la alcaldía, logró que su hijo —ese “Pollo” que muchos daban por desplumado— recuperara las plumas, cantara y le crecieran espolones. Yo tenía muy claro que ya aleteaba rumbo a la gubernatura.

Al final, todo se acomodó. Ganó el “Pollito” Gallardo Cardona, que le sacó más de 52 mil votos al pobre Octavio Pedroza. En mi círculo cercano todos tenían cara de afligidos, al borde del llanto. Yo, en cambio, me sentía tranquilo, orgulloso, con la certeza de haber cumplido mi palabra. Porque no lo pueden negar: cumplí mi palabra.

Hoy, lo veo desde fuera y me pregunto: ¿fui brillante o fui ingenuo? En aquel momento pensé que estaba salvando una elección. Ahora me parece que, sin darme cuenta, abrí la puerta para que entrara un huésped que se comporta como cacique… y que terminó quedándose con la casa, las escrituras y hasta la cafetera.

El problema, siento yo, ya no es mío. Yo solo disfruto mi retiro… y mi pacto de impunidad.