Baches sin fin: el agujero negro de la corrupción
Baches sin fin: el agujero negro de la corrupción.
Los baches que inundan nuestras calles no son simples huecos en el asfalto: son el reflejo más visible de una cadena de negligencias, corrupción y abandono por parte de las autoridades. En cada esquina donde rebota un automóvil, o cae un motocilista o alguien en su bicicleta, hay una historia de dinero público malgastado, licitaciones dudosas y obras hechas al apuro, sin control ni calidad. Y mientras la ciudadanía paga impuestos, las calles se convierten en una pista de obstáculos que daña vehículos, pone en riesgo la seguridad y expone la falta total de planificación urbana.
Detrás de cada bache hay una obra mal hecha, una mezcla asfáltica barata o una compactación deficiente, muchas veces resultado de contratos asignados a empresas cercanas al poder, más por conveniencia política que por capacidad técnica. La corrupción no solo drena los presupuestos, también destruye el pavimento desde el día uno. Las constructoras incumplen, nadie fiscaliza, y los trabajos se repiten una y otra vez, como un negocio perpetuo a costa del contribuyente.
A esto se suma la nula estrategia de mantenimiento preventivo. Las grietas no se sellan, los drenajes no se limpian, y cuando aparece un bache, lo tapan con una capa de mezcla fría que dura menos que una promesa electoral. En lugar de soluciones estructurales, se recurre a parches que se deshacen con la primera lluvia, creando un ciclo de deterioro permanente que parece no importar a quienes toman decisiones desde la comodidad de una oficina.
La proliferación de baches no es una fatalidad ni un fenómeno natural: es el resultado directo de la irresponsabilidad política. Mientras las calles se rompen, los discursos se mantienen intactos. La ciudadanía merece caminos dignos, no excusas recicladas. Exigir transparencia, calidad en las obras y rendición de cuentas ya no es un lujo: es una urgencia.